En riesgo, 600 familias en barrancas de Cuernavaca
- Julieta Ramos.
- 28 abr 2017
- 5 Min. de lectura

Vivir en la zozobra constante es una necesidad para esas familias. Ante cualquier ruido, las alarmas internas se encienden. Despertar y agradecer que todo siga en su lugar, es su vida diaria. Aunque la burocracia gubernamental los ha olvidado, siguen ahí porque no tienen a dónde ir.
Son los olvidados de las tragedias y protagonistas en cada temporada de lluvia. Nunca reciben ayuda, sólo cuando son usados para fotos en tiempos de campaña. Ellos forman parte de las casi 600 familias que viven en zona de riesgo, en laderas y cerros en Cuernavaca.
Aunque saben que viven en constante riesgo, las familias aseguran que no tienen de otra.
Una de las zonas de mayor riesgo se ubica en la calle Apatzingan, en la colonia Lázaro Cárdenas, conocida como “El Polvorín”. En ese lugar, cinco familias han enfrentado al menos tres derrumbes de sus casas, han visto sus viviendas destruidas casi por completo y se han levantado solas.
A pesar de todo, no se han acostumbrado y tienen presente que en cualquier momento puede ocurrir algo más grave, pero siguen ahí, en medio de innumerables solicitudes que se han perdido en las dependencias para que se construya un muro de contención.
◗ Don Cupertino Cupertino es un albañil y adulto mayor; fue de los primeros en llegar ahí en los años 70 y que construyeron en ese terreno, justo debajo de un talud, mitad arena y mitad tepetate.
“Cuando llegamos (el muro) estaba más macizo, pero con el tiempo se fue reblandeciendo y en todos estos años se ha ido derrumbando. Recuerdo una ocasión en la que se vino un gran ‘trancazote’; me tumbó un cuarto, un tanque de agua y la tierra invadió todo, eso fue en 1991”.
Él responsabiliza a las iguanas, ardillas y lagartijas, porque hacen hoyos en la pared y, gradualmente, provocan el reblandecimiento, al igual que la humedad ocasionada por la lluvias.
◗ Doña Anselma Mendoza La señora Anselma expuso que hace poco compró su propiedad, pero en 2014 y 2015, vivió una situación igual: el talud de arena derribó la mitad de su vivienda de tabique, destruyó su carro y perdió gran parte de sus cosas. Después de eso, su esposo, como medida de contención, colocó una malla en el centro del pequeño patio que divide el domicilio entre el cerro y los cuartos.
Sin embargo, sabe que eso no es suficiente, ya que cuando los pedazos de tierra caen, es difícil poder contenerlos por el tamaño y la fuerza que traen de los casi 15 metros de altura. “Había terronzotes grandísimos en 2015; en esa ocasión sólo me afectó a mí, no se llevó la casa, pero llenó todo de tierra”, señaló.
◗ Arcadio González Balderas Don Arcadio ve todo desde arriba; su propiedad esta a casi a dos metros del precipicio. En su hogar ya no vive nadie, dado que sacó a su hija y mejor se fue a vivir a otro lado. Comentó que a pesar de todo, esto no le da miedo, “porque falta mucho para que el talud caiga y llegue hasta la construcción”.
Como un señor grande, recordó que cuando llegó a ese lugar no estaba así, había mucho espacio y pensaba, como todos, que la tierra aguantaría, pero no.
Lo peor es que no hay solidaridad por parte de otros vecinos, pues dijo, llegaron y construyeron sobre lo que había; hasta aprovecharon un canal que servía de riego, lo convirtieron en un área drenaje y es algo que también ha contribuido a la afectación del sitio.
Ha visto tres derrumbes y sólo el ex gobernador Antonio Rivapalacio les entregó cemento y material para tratar de contener la pared.
Desde entonces, ninguna autoridad se ha interesado en lo que enfrentan las familias de manera permanente. En muchos años han visto caer bodegas, personas ebrias, mujeres ancianas y, obviamente, partes de tierra. Son más de cinco derrumbes; “el miedo sí existe, pero no hay a donde ir”.
◗ Alma Rebeca Pineda Nájera En el derrumbe de 2014, se salvó de milagro. Alma Rebeca confesó que le debe la vida a unos de sus gatos, pues la despertó en la madrugada, se levantó de la cama, dejó su cuarto y se fue a la sala; dos minutos después se escuchó el estruendo y, al asomarse, la mitad de su casa estaba bajo tierra y lodo.
En esa ocasión, más de cuatro viviendas fueron las afectadas y sacaron casi 120 carros de tierra.
Ella es profesora y para levantar su hogar tuvo que rentar y volver a construir casi todo, no hubo ayuda de nadie. Únicamente personal de Protección Civil de Cuernavaca estuvo en todo momento en su auxilio y la apoyaron con lo que tenían.
“Estoy aquí por necesidad. Nos preocupa, pero no tenemos otra opción. Ya vivo un segundo derrumbe aquí, aunque gracias a Dios estoy con vida y también mi familia. El último fue el más fuerte, porque se llevó casi toda la vivienda”.
En todo caso, destacó la mala burocracia e indiferencia gubernamental en sus tres niveles; “a la fecha, no ha habido ayuda por parte de ninguno y a tres años no ha existido respuesta. Solamente nos ayudó Protección Civil de Cuernavaca y Obras Públicas, en ese momento”.
Asimismo, mostró como, eventualmente, caen pedazos de tierra de diferentes tamaños, y señaló que uno que otro bloque está a punto de caer.
“Sólo pido que sean un poquito más humanos; estamos aquí por necesidad, no por gusto y queremos conservar nuestro patrimonio. Es fácil decir ‘te vamos a reubicar’. A mí me querían llevar hasta Ciudad Ayala, pero mi trabajo está en Cuernavaca. Únicamente pedimos que pongan medio muro o una malla; serviría de algo, previo a la temporada de lluvias”.
◗ Felipe Gutiérrez Brito Gutiérrez Brito comentó que una vez vio su casa llena de tierra hasta la mitad. En un derrumbe, el portón se derribó y los escombros llegaron hasta la calle.
Cuando algo cae en las noches, de inmediato se despierta, con el temor de que se desgaje el cerro, pues le toca estar en la parte más alta, casi a 15 metros.
“Al no tener otro lugar donde vivir, tiene uno que estar con el miedo de que en cada momento pueda llegar algo peor”.
En temporada de lluvias, el precipicio se transforma en una cascada; no obstante, el miedo congela la tranquilidad.
La solicitud de auxilio se lee en su mirada: “Esperamos que el Gobierno del estado pueda hacer una barda y ayude a contener la tierra para que ya no afecte las viviendas. Mientras tanto, seguiremos aquí, hasta conseguir otra vivienda, lo cual no es fácil”.
Las familias que viven en la zozobra se han cansado de enviar peticiones, solicitudes y demandas, porque nadie contesta.
Han pedido la elaboración de un muro para contener la tierra, tal como se hace en las autopistas, pero les han dicho que se requieren al menos diez millones de pesos, y eso es mucho gasto; esas obras no sirven para las campañas. Por eso sus llamados se han perdido en las oficinas de gobierno.
Las autoridades, incluso, los han responsabilizado por haber construido en lugares no aptos; “se puede vivir un poco tranquilo, pero llega la noche y las lluvias, y uno está al pendiente de ver qué cae.
Desafortunadamente, ya no hay lugar en Cuernavaca para una vivienda. Tenemos que aguantar esperando que no pase nada y que Dios nos haga el milagro de que, cuando menos, las lluvias no muevan las cosas y todo permanezca tal y como está”.
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